Por Pedro P. Yermenos Forastieri
Leonel Fernández, como ente político, ha sido uno de los mayores fiascos que registra nuestra historia. Para comprender la dimensión de la decepción que para este pueblo representó su dilatado ejercicio presidencial, hay que remontarse al año 1994, cuando fue designado nada más y nada menos que candidato vice-presidencial como compañero de fórmula de Juan Bosch, circunstancia que resultó decisiva para que el azar, a través de la crisis que surgiría dos años después, lo catapultara como candidato presidencial de un PLD beneficiario del apoyo de Joaquín Balaguer y el PRSC, quienes lo utilizaron como mecanismo para cerrarle el paso a José Francisco Peña Gómez.
Al no haber obtenido el 50% más uno de los votos válidos emitidos en los comicios de 1996, necesarios para ganar en primera vuelta, el candidato y líder del PRD fue víctima de un mal llamado Frente Patriótico, a través del cual, el caudillo reformista logró inocular odio racista en la sociedad dominicana, a la que llamó a cerrarle el paso al supuesto camino malo que representaba un candidato tan descendiente de extranjeros como el propio Balaguer.
Poco tiempo después quedó evidenciado que ese pacto nefasto constituía altísima traición al pensamiento y obra de Bosch, quien de manera abusiva fue arrastrado engañado a un escenario donde se suscribía un pacto que estando sano no habría rubricado, al menos a partir de las premisas en que se hizo.
Es cierto que sobre la base de un origen de esa naturaleza en la obtención de su poder, nada debía extrañar de lo que ocurrió con posterioridad con Leonel Fernández y el PLD. ¿Qué podía esperarse de quienes aceptan algo tan abominable como eso contra un personaje como Bosch en pleno desarrollo de una enfermedad que le impedía el discernimiento? .
Tontos fuimos quienes incurrimos en la ingenuidad de creernos que aquella felonía se trataba de una genialidad táctica para acceder al poder y aplicar desde él las promesas y los postulados que sustentaron la creación de ese instrumento de la historia que estaba llamado a ser el PLD. En verdad, lo que en ese momento ocurría era la desaparición de Don Juan como líder y paradigma del partido y su lugar pasaba a ser ocupado por el perverso de Navarrete, quien con su aguda lucidez, estaba consciente de que el ejercicio del poder haría descubrir la auténtica naturaleza de Leonel y la mayoría de la alta dirigencia peledeísta.